l elfo meditaba. Permanecía acuclillado sobre la cama desecha. Sábanas arrugadas y revueltas contrastaban con la inmovilidad y aparente ascetismo del ocupante del estrecho catre. Ni un solo ruido alteraba la quietud de la tienda, cuya lona blanca se teñía de carmesí al tiempo que se agitaba sin violencia, azotada por la leve brisa del amanecer.Súbitamente se puso en movimiento. Sin un solo ruido el elfo se levantó lentamente de su lecho y se puso en pie pausadamente, pero sin vacilar, como lo haría un felino silencioso.

Se trataba sin duda de un macho de su especie. Sus facciones marcadas y afiladas le conferían un extraño atractivo, que recordaba al frío destello de una espada recién afilada. Su espesa cabellera castaña se deslizo por sus hombros al incorporarse, hasta alcanzar la mitad de su espalda llena de cicatrices.

Inspiró suavemente un par de veces y abrió los ojos, cerrados hasta entonces. Aquellos ojos eran dos gemas sin vida, dos esmeraldas duras, insensibles, implacables, que ardían con un fuego que contrastaba pavorosamente con la apariencia sosegada e inmutable de su dueño.
El estilizado personaje giró su cabeza hacia un lado, y contempló su cuerpo desnudo en el gran espejo que se alzaba a su diestra. No había en su expresión admiración o repulsa. Solo una tristeza lejana, que parecía susurrar su dolor desde lo mas hondo de su mirada.

Con lentitud, alzó una mano y la deslizó por su pecho, con una caricia áspera, siguiendo con sus dedos largos y finos las líneas de decenas de heridas curadas hace tiempo, que se entremezclaban con las de un cuerpo delgado y musculoso. El cuerpo de un guerrero.

Llevado por un pensamiento repentino, alzó su afilada barbilla y miró con el rabillo del ojo el pequeño escabel que descansaba en el suelo alfombrado, junto a la cama. Semienterrado por las sabanas, un cofre de oscura madera y pequeñas dimensiones asomaba tímidamente.

Con pasos lentos y medidos se desplazó hasta la cama. Se acuclillo un instante y alzo el valioso cofrecillo, adornado con pequeñas piedras preciosas e hilo de plata. Las bisagras apenas chirriaron cuando la tapa se abrió, dejando escapar un mortecino fulgor verdoso.

Sobre un lecho de seda negra, una única gema verde de grandes dimensiones brillaba como un ascua ardiente, iluminando el rostro del elfo con un brillo tornasolado, evidenciando la naturaleza mágica de la piedra.

Por primera vez un destello de emoción distorsionó las armoniosas facciones de su cara, en una mueca que contenía asco y miedo a la vez. Pero rápidamente fue sustituida por una mascara de fría determinación.

Con un movimiento lento, como el de un hombre que temiera quemarse y adelanta con tiento la mano para percibir el calor, el elfo retiró la piedra y la sostuvo en la palma de su mano. Concentrado en su contemplación, apenas notó como sus dedos dejaban caer el cofre sobre la cama.

Unos segundos transcurrieron lentamente, mientras el amanecer avanzaba, dispuesto a teñirlo todo con la furiosa luz escarlata del sol naciente.

De pronto, con una voz serena y suave, el elfo pronunció una sola palabra, y la piedra flotó sobre su mano intensificando su luz, hasta que el amanecer solo fue un recuerdo y un pequeño sol esmeralda brilló a la altura de los ojos del guerrero, que la contempla inmutable mientras el susurro de la magia llenaba el silencioso pabellón.

Con un súbito destello, la gema estalló en miles de partículas rutilantes, que rodearon al guerrero con un torbellino de voces e imágenes.

ienvenido, oh príncipe, a los rincones de tu mente que yacen tras telones de metal, sumidos en la sombra, donde solo en tus momentos de mayor oscuridad mora tu consciencia. Yo soy Cerilë, la piedra alma, guardiana de la tradición de tu familia.

Mucho tiempo he permanecido olvidada y es tiempo de recordar. Es el momento de que te adentres en tu memoria.

Príncipe Thirieth Avatars, hijo segundo de Thelvan Avatars, Señor de la Tercera Casa del reino de Doriath. Nacido con grandes augurios de padre sindar y madre silvana. El destino es a veces muy irónico.

Creciste soportando el desprecio de los nobles de otras casas, que consideraban tus orígenes silvanos una afrenta para sus títulos. Sin embargo tus padres te amaban y creciste como un chico silencioso y solitario pero de carácter amable y honesto. Pocas han sido las épocas apacibles en tu vida. Tu adolescencia fue una de ellas.

No duró mucho la fortuna. Cuando apenas habías rozado a madurez, los drows lanzaron diversos ataques contra asentamientos de los altos elfos en el bosque de Doriath. Uno de ellos fue el castillo Avatars. Cuando regresaste con tu partida de caza el castillo ardía en llamas. Todos los defensores habían muerto de manera cruel. Tu acceso de furia fue tal que tus compañeros pensaron que la demencia había devorado tu alma. Juraste que los drow lamentarían su crimen. Tu odio hacia ellos jamás podrá perder intensidad.

Cuando la desesperación parecía que finalmente te arrastraría a una muerte suicida, una partida de guerreros os alcanzó. Eran gente de Ghalvën, la Segunda Casa. Habían divisado el fuego y acudido tan pronto como pudieron. Cuando contemplaron el desastre y tu estado te ofrecieron asilo. Las caras totalmente extenuadas de los pocos elfos de tu Casa que quedaban te convencieron para aceptar.

Los Ghalvën te trataron con exquisita cortesía. Tanta que tu mente se negaba a aceptar que su señor Gilfindel retirara su amistad a tu padre el día de tu nacimiento. Te pidieron que te quedases junto a ellos hasta que te hubieras repuesto y encontrara un nuevo hogar. Fue entonces cuando conociste a Selvian. Más bella que la noche estrellada y con una voz suave y acariciadora como el viento, la hija primera de la Segunda Casa hizo renacer en ti nuevas esperanzas. La amaste sinceramente y ella te aceptó. Juraste que levantarías tu Casa de las cenizas y reunirías fortuna y fama suficientes como para reclamar su mano.

Tu destreza con la espada y tus orígenes nobles te valieron tu admisión en la Hermandad del Guardián Danzante. Dentro de la Orden tuviste la oportunidad de conocer a los tres hermanos de Selvian, y descubriste que su desprecio por ti no había decrecido.

Puliste el arte de la esgrima y aprendiste los secretos del combate, destacando por encima de tus compañeros. Cuando obtuviste el honor de ser nombrado Danzarín Guerrero rápidamente se te asignaron tus primeras misiones. Los Maestros Danzantes decidieron que tu odio hacia los elfos oscuros sería el catalizador que te convertiría en un instrumento implacable. Tu sangre fría y desprecio del peligro pronto te dotaron de gran fama, y poco a poco lograste amasar en tus correrías una considerable fortuna.

Fue entonces cuando, explorando un conjunto de cavernas, tu grupo tropezó con un grupo de elfos oscuros. El combate fue rápido y sangriento, pero tu tuviste la mala suerte de tropezar con la horma de tu zapato. Vencer a tu oponente te costó diez largos minutos, hasta que por fin lograste arrancar con un golpe de tu espada el yelmo que cubría su cabeza. Tu sorpresa al descubrir un rostro femenino fue mayúscula. Un rostro de una belleza inigualable. Cuando tu espada se posó en su cuello no suplicó. Te miro con sus dos ojos ambarinos y declaró ser Kinessa de Vir, hija primera de esta Casa. Pensaste entonces que la fortuna te sonreía de nuevo. Un rehén tan importante podría permitirte alcanzar la posición necesaria para casarte con Selvian.

Retornaste a las grandiosas salas subterráneas donde tiene su sede la Casa Ghalvën, contento de poder ver de nuevo a tu prometida. Cuando avanzando por los largos pasillos creíste oír su voz, te detuviste tras unas cortinas. Selvian conversaba con su padre y su hermano mayor.

Sin tapujos, Selvian expresaba su disgusto ante un advenedizo como tu, respaldada de cerca por su hermano. El padre reñía a ambos con suavidad y paciencia. "Te recuerdo querida, que mientras el matrimonio parecía una estrella lejana, no te importó juguetear con ese pobre silvano. El rey Hargën se muere. Su alma esta podrida por su reciente viudedad y la perdida de su hermano. El pobre idiota se siente enormemente arrepentido de no haber podido reconciliarse con el viejo Thelvan antes de su asesinato. No hay duda de que no olvidará a su descendiente más directo, aunque su sangre sea impura."

Una cólera fría, helada, surgió de tus entrañas. Con un último esfuerzo de voluntad separaste la mano de la empuñadura, y te apartaste de las cortinas. Cuando alcanzaste el exterior, los supervivientes de tu Casa te esperaban. Todos se levantaron. Esperando tus órdenes.

Un odio profundo, bestial, salvaje y sangriento creció como una llama negra y brillante, alimentándose de tu corazón. Y tu corazón murió gritando, mientras tu lamentabas haberlo tenido jamás. El odio creció aún más y se extendió a tu alrededor como una armadura. Y los odiaste a todos, por su hipocresía, por su pretendida nobleza, por sus actos calculados. Y con certeza te diste cuenta que tu venganza personal había sido inútil. ¿Cómo achacar a los drows todo mal si tu pueblo era, si cabe, aun más despreciable? Los elfos oscuros al menos no ocultaban su vileza. ¿De que servia toda la sangre que habías vertido (en verdad mucha) en tus violentos actos heroicos, en favor de un pueblo de miserables y traicioneros cínicos?

Estabas completamente solo. Solo una pequeña chispa de responsabilidad hacia tus hombres, cuya fidelidad era tan indudable como antes lo había sido la tuya, impidieron que tu vida acabase esa misma noche tras una macabra carnicería. Sus caras anhelantes reflejaron el amor de los supervivientes de la Casa Avatars por su líder. "La cólera es tu mejor arma, Thirieth. Tu cólera es tan brillante y afilada que es sin duda tu mejor espada. Yo te enseñaré a controlarla, a enfocarla como un sendero de llamas por el que harás danzar a tus enemigos hasta el infierno". Las palabras del Maestro resonaron en tus oídos. Y te aferraste a ellas. A fin de cuentas los elfos son inmortales... La venganza es un plato que se sirve frío, muy frío. Mortalmente frío.

Pasó el tiempo. Comenzaste a reflexionar sobre la manera de escarmentar a Gilfindel y su apestosa camada. Decidiste estudiar con mas detenimiento las maneras de los drows, ahora con mas curiosidad que repugnancia. Deseabas conocer sus intrigas, sus métodos de asesinato, sus tácticas... en resumen, todo aquello que pudiera serte útil. Pasaste largas horas interrogando a tu prisionera, mientras ella comía o jugabais al ajedrez. A cambio tu le rebelabas datos sobre la cultura de tu gente, teniendo especial cuidado ambos de no decir mas de lo necesario.

Poco a poco, no sabes muy bien como, empezasteis a desarrollar una afinidad especial. Su voluntad fría e indomable era tan similar a la tuya que, pasada la oportunidad de matarla, solo una cosa podía pasar. Ocurrió una noche mientras jugabais, sin vigilantes, una larga, reñida y sangrienta partida, jugada con tanto denuedo que las tablas parecían inevitables. Durante un instante vuestras manos se tocaron. En un descuido momentáneo, en el que intentaste sobreponerte a una corriente turbulenta de emociones, ella saltó sobre ti, dispuesta a aprovechar tu primera bajada de guardia para escapar. Luchasteis con gran furia por toda la habitación hasta que, sin que aún puedas recordar cómo, acabasteis arrojados sobre su jergón, haciendo algo más que luchar.

Tras los primeros momentos de pasión llegaron los de reflexión. ¿Realmente amabas a Kinessa? ¿Podías aun amar? Desesperado y cansado te diste cuenta que poco te importaban los elfos y que pocos lazos te ataban a ellos. Las noches de amor salvaje se sucedieron en secreto. Finalmente decidiste escapar junto con ella. Siendo su captor, fue tarea fácil sobornar a los guardias y dejar el camino expedito. Te despediste de tus guerreros de confianza y les liberaste de toda promesa de fidelidad hacia a ti. Lo único que dejaste atrás fue una cruel nota en la que expresabas con claridad a Selvian y al resto de la casa Ghalvën que opinión te merecían.

Huisteis presas del miedo y del amor febril que solo puede darse entre fieros guerreros. Kinessa era dura como el acero enano, pero al tiempo flexible como un junco y dulce como el vino silvano. Su ferocidad era endemoniada. Sin duda erais almas gemelas.

Cabalgasteis durante una semana, tres días por los bosques, cuatro bajo tierra, antes de que Kinessa te condujera al primer puesto avanzado de los drow. Nunca sabrás si te traicionó o si esperaba otra recibida. Lo cierto es que tras el primer intercambio de señales, sentiste un agudo dolor en el pecho. Cuando bajaste los ojos solo pudiste ver el extremo emplumado de un dardo. Luego todo fue oscuridad.

Cuando despertaste estabas maniatado y arrojado sobre un jergón. Una figura encapuchada te observaba desde las sombras. Al principio pensaste que se trataba de Kinessa, que se encontraba prisionera contigo. Sus dos ojos dorados te miraron sin parpadear. Pero algo en su brillo febril, sobrenatural, te alertó. Por fin una mano apareció entre los pliegues de su capa. Un relámpago verde inundó la celda mientras la energía mágica atormentaba todos tus nervios. Apenas fue un instante, pero parecieron horas de intensa agonía. Por fin la tortura cesó y el extraño habló. "Mi nombre es Kial-than de Vir. Soy el maestro de armas de la Tercera Casa de Shedrill. Kinessa es mi hija." Las palabras sonaron apagadas, suaves, gélidas. "Has deshonrado a mi hija y a mi casa y te haría sufrir lo indecible hasta que suplicaras morir. Sin embargo mi querida Kinessa desea conservarte con vida por el momento. Sin duda aún eres valioso para nosotros." No se puede expresar lo que sentiste. Un rugido de rabia surgió de tus labios y te arrojaste sobre el noble drow, dispuesto a estrangularle. Una descarga mágica te interceptó en pleno vuelo. "Te aconsejo que no me exasperes. A pesar de no ser noble, gozo de un poder total. Tu vida me pertenece. Recuérdalo." Otra descarga y de nuevo todo fue oscuridad.

Recuerdas los siguientes días solo de manera nebulosa. Caíste en un hondo desánimo que te impedía comer, dormir o pensar con claridad. Los drows se vieron obligados a tratarte con drogas y pócimas para mantenerte vivo. No sabes cuánto tiempo pasó. Quizás solo unos días, quizás meses.

Un día la puerta se abrió. Los dos ojos dorados te observaron desde la puerta. Tu locura te impulsó a huir al extremo mas alejado de tu celda. "Has aprendido a temerme". La voz de Kial-than te produjo escalofríos. "Un poco tarde. Tu encierro ha terminado. Sígueme". Solo recuerdas la voz hipnótica del drow. Posiblemente tuvieran que arrastrarte fuera de la habitación. Recuerdas haberte debatido salvajemente. Después caras y corredores, multitud de corredores, y el peso de unos grilletes. Mas tarde el rostro de Kinessa pasó ante ti brevemente. Algo dijo... No recuerdas qué.

Por fin alcanzasteis una gran caverna, dividida por un profundo abismo. Un puente de piedra natural cubría el precipicio. Al otro lado esperaban otras gentes. Kial-than te obligó a avanzar, aguijoneándote con sus zarcillos mágicos. En el centro del puente os detuvisteis. Los del otro lado se reunieron con vosotros. Un alto señor y un heraldo, que sostenía un cojín con un objeto brillante.

"Kial-than, aquí te traigo la reliquia exigida como rescate." Los dedos del drow acarician suavemente la joya antes de dejar que su mano se cierre sobre ella. "Bien. "Dice suavemente. "El prisionero es tuyo, Lord Gilfindel."

A partir de ese instante los recuerdos adquieren fulgurante claridad. El horror hizo despertar tu mente. Tu mente arrojó riendo al horror, como un guerrero despreciaría a un enemigo ridículo. Para alguien con tu suerte, el momento final, la situación límite, ya no es nada. ¿Que mas te da tocar fondo cuando ya estas ahogado? El destino había conspirado contra ti, pero no lograría humillarte mas. Te erguiste y miraste al señor elfo con dureza, desprecio y orgullo. Posiblemente eso fue la chispa de la tragedia. Gilfindel te contempló mientras la cólera hacia temblar las cejas.

"Y ahora Thirieth Avatars, por lo que le has hecho a mi hija y a mi familia y por tus incontables crímenes..." Se detuvo. Y ya no pudo contenerse más. Todo sucedió muy rápido

Con un movimiento fulgurante y magistral, el noble sindar desenvaina su espada larga y la alza con ambas manos dirigiendo su punta hacia tu corazón. No te mueves ni un centímetro. La muerte te dará reposo. Entonces alguien grita, es un grito femenino. La espada parece descender despacio, muy despacio, mientras como un borrón una figura femenina se interpone entre ti y el mágico acero. Se escucha un gemido. Sostienes a Kinessa, asombrado. Miras al frente y contemplas el rostro estupefacto de Gilfindel. Un grito inhumano surge de la garganta de Kial-than mientras barre con una ráfaga mágica al heraldo. Todo parece estallar.

Mientras el drow desata su furia sobre los guerreros de la casa Ghalvën y su señor, y los otros elfos oscuros se deslizan a tu lado dispuestos a unirse al combate, recuestas suavemente a Kinessa sobre la piedra. De sus labios mana sangre a borbotones mientras te mira. Te acaricia débilmente el rostro mientras lloras como un niño. "Despierta mi salvaje guerrero. Recupera el valor." Sus ojos destilan una ultima y brillante mirada. "Vive" Te atrae con fiereza y se va mientras la besas por última vez.

La abrazas con fuerza. Solo entonces los ecos de la batalla penetran en tu consciencia. Gritos de dolor y furia llenan la caverna. Abres los ojos y contemplas la carnicería. Una sombra negra se alza junto a ti. Los ojos de Kial-than te miran con fuegos dementes danzando en su interior.

"Tú." Sisea con dificultad. "¡Tú!" Grita y una garra de acero aprisiona tu muñeca "¡Tu has causado esto! ¡Sufrirás hasta que el dolor te reduzca a una cascara vacía!" Brutales descargas de magia recorren tu brazo. Nunca antes has sentido antes tanto dolor, mientras el rostro del drow se cierne sobre ti, gritando y escupiendo. Gritas presa de una tortura indecible, incapaz de reaccionar. "Vive" susurra una voz en tu oído. Casi puedes oírlo ahora. "¡Vive!" repite con fuerza. "¡¡Vive!!" y tu brazo se mueve con un espasmo. Aprietas los dientes y alzas la cabeza. Kial-than te mira asombrado. Tus ojos se posan en la daga que pende de su cinto. Un arma de cruel filo aserrado surca un arco ascendente, guiada por tu mano e impulsada por puro dolor. Un chorro de sangre surge de la cara del drow, salpicándolo todo. El maestro de armas aúlla de dolor y cae hacia atrás con las manos sobre el rostro.

Tus piernas responden por ti. Mientras Kial-than cae de rodillas, te pusiste en pie y hulles, cojeando, jadeando. Alcanzas tropezando el otro extremo del puente de piedra. El túnel ascendente aparece ante ti mientras sigues corriendo.

"¡Te maldigo Thirieth Avatars!" Grita una voz de puro odio y rabia. "¡La muerte es demasiado buena para ti! ¡A partir de ahora sólo vivo para atormentarte!" Los gritos comienzan a apagarse a tu espalda. "¡A partir de ahora sólo vivirás esperando el día que te encuentre!"

Los ecos se pierden a tu espalda mientras escapas hacia la libertad.

Desde ese día solo has vivido para huir. Has dormido junto a gentes de toda calaña y toda raza, los has matado o los has visto morir. Has sobrevivido a incontables penurias perseguido y acosado como un animal. Esperando. Porque nunca has dudado que llegará el momento de hacer frente a tu vida y dirimir todas las deudas y pagar y cobrar tu parte en sangre. Un adivino demente te dijo un día que eras una lanza clavada en carne podrida. Pero que no lograrías eludir por siempre el campo de batalla.

Un día la mano del destino te arrancara de tu oscuro reposo y te empuñará en un nuevo combate. El combate que te matará... o que liberará para siempre tu alma.

a piedra enmudeció.. Durante un largo instante el elfo contempló como descendía suavemente hacia su mano abierta mientras el brillo verdoso y las imágenes se disipaban lentamente.

Cuando por fin se posó con suavidad sobre la palma, un puño se cerró sobre la gema, blancos los nudillos por la fuerza. Una mueca de rabia desfiguró el hermoso rostro del guerrero, que de nuevo contempló su imagen en el espejo. Su respiración era entrecortada, como el jadeo de una bestia acosada.

De pronto, con un alarido de furia arrojó la gema contra el espejo. La piedra chocó con estruendo contra el cristal, haciéndolo trizas. Una fina lluvia de cristales tintineó al desparramarse sobre la alfombra.

El elfo bajó lentamente el brazo, y contempló jadeante los cientos de pequeños fragmentos que, a modo de burla, seguían reflejando su imagen. Durante un largo instante permaneció así, quieto, respirando profundamente, con los brazos caídos, mirando el suelo.

Poco a poco la calma retornó a el, hasta que su rostro adquirió de nuevo una expresión pétrea, esa máscara impasible que parece contener una marea de profundas emociones. Con un último suspiro, levantó la cabeza y miró el bastidor de bronce donde reposaban sus ropas y sus armas.

El sonido de una trompeta rasga el aire con un bramido largo y potente. El elfo mira la entrada de su tienda, que el viento agita y entreabre, dejando entrar el sonido de los tambores y las voces argénteas de miles de hermanos que hoy caminaran junto a el en la batalla.

El toque se prolonga rasgando la mañana de forma inexorable. Como un cuchillo rasga un pergamino. Como una espada siega una vida. Como el destino cobra un alma.

Una mano aparta la lona dejando entrar la luz.

Es la hora.